MI BLOG DE COCINA

viernes, 2 de septiembre de 2011

NUESTROS NIÑOS Y NUESTRAS MADRES

Hola:

Se ha instalado en nuestra sociedad la creencia de que “a los niños hay que dejarles hacer lo que quieran para que desarrollen su personalidad”. No se de que escuela psico-pedagógica parte la idea en cuestión pero, sinceramente, el día que lo pensaron seguro que habían tenido algún sarao de esos (que ellos llaman congresos) en los que se juntan para hablar de sus cosillas y en los que, me dicen, el vino y los licores corren como ríos.

Hoy, en la Biblioteca, lugar en el que se supone que hay que guardar silencio y andar de puntillas, un niño, como de unos 8 años, no paraba de chillar y corretear. Varios de los que estábamos hemos “chistado” muchas veces pero ¡como quien oye llover!. Me he levantado para hablar con la bibliotecaria y pedirle que haga algo y resulta que la madre estaba en la sala y ¡me ha montado un poyo que para que te cuento !. El argumento de “la señora” era que (el animalillo en cuestión) “era un niño” y que “lo que hacía era normal”.

Seguramente la señora tenía razón y el niño era normal pero de lo que estoy seguro es de que “ella” no era en absoluto normal. Ella era una maleducada de tomo y lomo y, además, una inculta. Me ha extrañado ver en la Biblioteca tal tipo de persona y, con curiosidad malsana (aunque discretamente) me he acercado a ver lo que estaba leyendo la susodicha. ¡Y estaba leyendo el último número del “Hola”!. ¡Ya me imaginaba yo que no estaba refrescando sus conocimientos de Aristóteles!.

En cualquier caso, si dejamos que nuestros hijos “hagan lo que quieran”, nunca van a aprender las más elementales normas de convivencia, no van a estar preparados para jugar con las reglas de la vida (que las hay) y no van a ser capaces de aceptar el concepto de autoridad.

¡Mal futuro les espera! pero, mientras tanto, los demás nos tendremos que aguantar y, en vez de decirle a “esa señora” lo que pensamos de ella y de su prole, nos sentaremos, agacharemos la cabeza y seguiremos intentando leer.

Un abrazo “desesperado”,

Esteban