MI BLOG DE COCINA

domingo, 31 de mayo de 2009

FELICIDAD EN UNA BOTELLA

 
Estaba profundamente preocupado por la situación de Montse pero, como uno es muy respetuoso con la privacidad de los demás, no quise escribir un post sobre ello. Ahora, después de que su hijo Axel nos ha informado mediante un “comunicado” (hay que ver, estos famosos, que hacen comunicados de prensa y todo… ¡que envidia!) y que Montse ha vuelto con renovado ímpetu (no hay mas que ver “la cera” que ha dado en su comentario a mi último post) quiero decir que me alegro enormemente de que se encuentre mejor.
El tema de hoy, que no tiene nada que ver con Montse ¡faltaría más!, me ha sido inspirado por un artículo aparecido en la prensa local sobre unas quejas vecinales a causa de las molestias producidas por El Botellón en una zona de la ciudad. Como veis, hoy toca tema inédito en mi blog y casi podría asegurar que profundamente polémico pero ¿quién dijo miedo?.
Una de las pruebas más fehacientes de que me estoy haciendo mayor (madurito “de buen ver” por supuesto) es que cada vez entiendo menos a los más jóvenes. He estado haciendo examen de conciencia que me ha llevado a repasar algunos de mis post anteriores y he visto que, cuando trato temas que afectan a la adolescencia o a la juventud, se percibe casi siempre un poso de desconfianza y de falta de entendimiento. Sabéis que he clamado contra “el hedonismo” imperante, he criticado el vacío ideológico, he denostado el desprecio absoluto a las formas en el trato y, por último, me he asustado con su desconocimiento y desinterés por nuestra historia más reciente. No es, creedme que lo digo después de haber pensado mucho en ello, ningún tipo de “jovenfobia” (es que no he encontrado ninguna palabra que defina esta “imaginaria enfermedad”) ni hay ningún afán de revancha motivado por la sensación de pérdida o la nostalgia. Percibo, además, que estoy cometiendo una injusticia por el uso constante de una generalización tal vez infundada. Pero, es que lo siento así y así lo escribo, tal como me sale, sin pensarlo.
Me he extendido demasiado en los prolegómenos y ahora me queda poco espacio para explicar mi tesis. No entiendo el fenómeno del botellón. No entiendo que la gente se junte (pero no se revuelva) con el único objeto de emborracharse. Yo recuerdo los tiempos en que nos emborrachábamos, en cuadrilla, pero todo tenía un fin. Bebíamos para infundirnos valor para abordar a las chicas, para ser más locuaces, para cantar perdiendo la vergüenza, para ritualizar nuestro paso a la edad adulta,…. Ahora, con el botellón, por lo que he podido ver y oír, el único objetivo es perder la conciencia, cuanto más rápido mejor.
He oído toda clase de explicaciones-excusas, a saber, el precio de las bebidas alcoholicas, el prcio de entrada a los locales de diversión, el famoso “se conoce gente”. No me vale ninguno pero, menos que ninguno, este último. ¿Habéis observado que en un botellón los grupos no se juntan entre si?. Al final, cada grupo hace su botellón por separado y, da la impresión que solo se reunen para una especia de “autoprotección” que garantice la impunidad. Por cierto, no he hablado (y debiera) de las molestias que producen a los vecinos que tienen la desgracia de tener un botellón cerca. Ruido, suciedad, destrozos, en fin, para volverse loco.
Estoy seguro que mis comentaristas, de los que siempre espero una respuesta que me ilumine y que muy a menudo consiguen atenuar o incluso modificar mis convicciones, sean capaces de explicarme lo que considero inexplicable. Aunque, de verdad, esta vez lo tienen bastante difícil.
Un abrazo “perplejo”,
Esteban