Después de lo que ha llovido, no me cabe en la cabeza que alguien, con dos
dedos de frente, siga creyendo en la capacidad de auto-regulación del mercado
como mejor forma de ordenar la economía.
Ni siquiera en un hipotético sistema de competencia perfecta (que no es el
caso), “la mano invisible” de Adam Smith (1723-1790) es capaz de conseguir que
un sistema, cuya simetría no puede ser nunca geométrica y cuyos objetivos son
endogámicos, produzca cómo resultado “el bien común”.
Imaginaros que el mercado es una cazuela de leche y las empresas son los
granos de polvo de chocolate. Si no se revuelve permanentemente, se forman
grumos que tienden a hacerse más grandes cada vez ¿verdad?. Lo mismo pasa con
el Mercado. Si no hay una intervención externa-cuchara, las empresas-polvo se
juntan unas con otras, formando grumos-conglomerados que distorsionan la
competencia aprovechándose de su tamaño y creciendo indefinidamente a costa de
los más débiles. Al final, las situaciones de oligopolio o monopolio son la
consecuencia lógica.
Hoy en día hay multinacionales que mueven presupuestos mayores que muchos
gobiernos y grupos financieros que hacen temblar las economías de países de
cierto nivel, como puede ser el caso de Grecia, Irlanda, Portugal o incluso
España.
¿Os imagináis que pasaría si no hubiera intervención alguna de los
gobiernos para paliar las desigualdades? ¿Alguien
quiere realmente vivir en un mundo en el que la “XXX CONSOLIDATED INC.” tenga
la capacidad de decidir quien tiene derecho a la sanidad?
Ya sabéis que no tengo excesiva simpatía por los políticos profesionales pero, vista la alternativa, prefiero mil veces que me gobiernen ellos a que me gobierne la mano invisible, o la mano muerta, del mercado.
Ya sabéis que no tengo excesiva simpatía por los políticos profesionales pero, vista la alternativa, prefiero mil veces que me gobiernen ellos a que me gobierne la mano invisible, o la mano muerta, del mercado.
Un abrazo “preocupado”
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