Hola:
Ayer me miré al espejo y no me gustó lo que ví. Claro está que no me refiero a mi aspecto físico, que es el que es y cuyas limitaciones conozco hace muchos años, sino a esa imagen de tu interior que se ve, como en una nebulosa, cuando miras atentamente.
Como seguro que alguien está empezando a asustarse y, por otra parte, comprendo que el mensaje no está quedando nada claro (a lo que se ve, con la edad me estoy volviendo más críptico) me voy a explicar.
Ayer, después de acabar la jornada laboral, me quedé charlando con unos compañeros y salió el tema de las relaciones entre el Occidente Cristiano y el Mundo Musulmán. Como era de esperar, este tema levantó ciertas pasiones y decidimos salir a la calle porque ”las chispas” que saltaban amenazaban con disparar la alarma contra-incendios.
Yo, que me declaro anti-militarista, como por arte de magia, me encontré defendiendo conceptos como el de “guerra preventiva” que no hace ni diez años me hubieran repugnado por inmorales. En el calor de la discusión no me dí cuenta de lo que estaba haciendo pero, al llegar a mi casa y al cumplir el rito de mirarme al espejo para ver si las patas de gallo me habían crecido otro milímetro durante el día, me dí cuenta de la incongruencia entre el postulado que había defendido y mí auto-decidida postura moral.
Lo que ví en el espejo era la cara de un hombre que había sucumbido a sus más profundas pulsiones (ira, miedo, afán de venganza) vencido sin duda por la impotencia por no ser capaz de comprender la actual situación del mundo, por haber perdido la capacidad de empatizar con los sentimientos, pensamientos y situación “del otro”.
Es curioso, de verdad, lo que el miedo puede hacer al hombre. La facilidad con que nuestras más profundas pulsiones animales afloran cuando peligra nuestra seguridad. Lo sencillo que es renunciar a nuestras convicciones racionales cuando nuestra burbuja particular, esa en la que nos envolvemos para mantener nuestra ceguera consciente, corre peligro de desvanecerse por la real o aparente agresión de lo externo, de lo desconocido.
Hoy mismo, después de haber analizado pausadamente este tema, no estoy seguro de nada. ¿Qué derecho tienen los demás a atacarme? ¿Por qué son mis enemigos aquellos a los que yo no he hecho nada? ¿No tengo yo derecho a defenderme, incluso antes de que me ataquen, si estoy seguro de que la agresión se va a producir? ¿No es la “legitima-defensa” un atenuante-eximente incluso en caso de homicidio?.
Hace unos años hubiera hecho una encendida defensa del entendimiento entre civilizaciones. No hace mucho, hubiera dicho, con la máxima convicción, que la guerra siempre es inmoral. Hace bien poco hubiera defendido que nadie tiene derecho a quitar la vida de nadie. Hoy, creo que sigo pensando lo mismo pero en la misma frase, donde antes decía “estoy seguro” ahora tengo que decir “creo”, no usando esta palabra en su acepción de “fe” (creencia) sino como indicación de duda.
La madurez tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Una ventaja es la capacidad de atenuar el calor de las convicciones juveniles y uno de sus inconvenientes, quizás el mayor, es que ya nada es blanco ni negro y el color gris con que todo se tiñe, al la vez que añade perspectiva te hace, también, perder seguridad. Y….. ¡¡¡ no os imagináis cómo añoro la sensación de estar siempre seguro de las cosas !!!
Un abrazo “inseguro”,
Esteban