Estaba la pasada noche, conversando con unos buenos amigos “inter pocula”
(o sea, tomando unas birras), cuando surgió un tema de conversación de los que
solo aparecen cuando el cerebro está relajado por los efectos de los vapores
etílicos.
Nada de discutir si el Barça tiene Mejor equipo que el Real Madrid, ni de
si te cae mejor la Esteban o la Campanario, ni siquiera (y es que estaban las
conyuges a dos pasos) si la vecina del 4º es más “simpática” que la del 6º
izquierda, sino de un tema mucho más adecuado al momento como es “la
desideologización de nuestra sociedad”.
Como siempre pasa en estas ocasiones, había opiniones para todos los gustos
pero ganó por goleada la que defendía que vivimos en un tiempo en el que nadie
(o casi nadie) toma postura, nadie se decanta al 100% hacia un lado o hacia
otro y siempre hay matices en nuestros razonamientos. Parece que es el momento
de “lo políticamente correcto”, de “lo neutro”, de lo tibio en todos los
aspectos.
Lo curioso del caso es que esta tendencia no afecta solo al terreno
político sino a casi todos los demás órdenes de la vida. Por ejemplo, si nos
fijamos en cosas como la diferenciación por sexos, veremos que cada vez está
ganando más terreno “lo andrógino” como si nadie quisiera definirse totalmente
como “hombre” o “mujer”. Es casi casi como si tuvieramos miedo de reafirmar nuestra
identidad sexual porque, al parecer, está mal visto.
Sobre esto último quiero decir unas palabras. Yo, supongo que como muchos
otros, no soy precisamente sospechoso de machista o sexista. Yo, supongo que
como casi todas las personas racionales y “civilizadas”, soy un defensor a
ultranza de la igualdad de derechos, deberes y oportunidades entre hombres y
mujeres (lo mismo que entre personas de distinto color de piel, de distinta
religión, de distinta procedencia….). Sin embargo creo que, para conseguir la
equiparación (creo que la palabra igualdad está muy mal utilizada en este
contexto), el camino no es la eliminación de las diferencias sino más bien la
puesta en valor de las mismas.
Un tal Karl Marx dijo hace mucho tiempo: “Cada uno según su capacidad, a
cada uno según sus necesidades”. Para que este pensamiento utópico se cumpla
tiene que haber diferentes, si todos fueramos exactamente iguales, como en el
Mundo Feliz de Aldous Huxley, nos convertiriamos en realmente no-humanos, ya
que en última instancia lo que nos diferencia es lo que nos une.
Un saludo “masculino”,
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