Ya sabéis que, en mi blog, las noticias sirve para ilustrar un tema en
el que estoy interesado y sobre el que quiero dar una opinión. Como la realidad
es muy terca, las más de las veces se empeña en no seguir mis deseos, y a veces
pasa mucho tiempo hasta encontrar alguna noticia que coincida con lo que yo quiero.
De verdad, hay veces que me dan ganas de salir a la calle y provocar a mi la
noticia pero, de momento, me he contenido.
Hoy no voy, pues, a partir de una noticia sino que voy a entrar “sin
anestesia” a tocar un tema que me lleva carcomiendo desde hace mucho mucho
tiempo y el tema es: “Las pintadas”. No me estoy refiriendo a
esos murales de dudosa calidad estética y plenos de color que vemos en algunos
muros y fachadas de nuestras calles (y que, al menos, “tienen pretensiones
artísticas”). Tampoco me refiero a los mensajes reivindicativos que, si bien
suelen ser escritos de manera precipitada y, por lo tanto desastrada, por lo
menos tienen algo de contenido, se esté o no se esté de acuerdo con el fondo y
con la forma. Me voy a referir, fundamentalmente, a esas “firmas” que
llenan nuestras ciudades y a las cuales no encuentro mucho (por no decir
ningún) sentido.
Por mucho que algunos se empeñen en convertir el graffiti en una
expresión artística contemporanea, el famoso “yo estuve aquí” tiene en su haber
una larga historia. En un viaje a Egipto que hice hace algunos años, en uno de
los mayores complejos religiosos faraónicos, el guia nos mostró, con una
generosa sonrisa en la boca, un “graffiti” escrito en hierático, cuya edad era de
más de 3000 años y que decía, más a menos, “Amenofis estuvo aquí”. ¿Y que son,
en esencia, las pinturas rupestres más que graffitis a los que el paso del
tiempo ha dado patente de honorabilidad?. Como vemos, la necesidad de dejar
huella de nuestra presencia, no es precisamente producto de la modernidad.
Otro tipo de pintadas, a mi parecer más tiernas, son aquellas que ponen
los adolescentes para airear a los cuatro vientos su amor por la chica de sus
sueños o su desdén por aquella que les ha dado calabazas. En ellas hasta
podemos encontrar el uso de las abreviaturas (tan extendido ahora con los SMS)
para ahorrar tiempo y espacio. ¿Que otra cosa es, más que una abreviatura, el
usar el signo de multiplicar para sustituir al “por”?. Cada vez que veo, en una
pared, el famoso “Juan X María, es como si volviera a tener 15
años.
No quiero extenderme demasiado y voy a mencionar “de pasada” las pintadas
en las puertas de los urinarios que merecerían un capítulo aparte. Las hay de
todo tipo y condición, algunas te hacen reir, otras te hacen pensar y, las más
de las veces, te das cuenta que solo son producto del delirio escatológico
producido por una ingesta de alcohol más que prudente.
Volviendo al tema principal, el de las “firmas”, he llegado a la
conclusión (después de darle muchas vueltas) de que solo son
producto de nuestro instinto animal. Los que pintan estas firmas están
actuando como los cánidos
que marcan el territorio con sus “micciones”. Supongo que es más facil usar el
spray de pintura o el rotulador extra-grueso que bajarse la bragueta cada dos
metros para indicar que “esta zona es mía”.
A mi, personalmente, me ofende la vista el ver las paredes de mi calle
llenas de firmas a tamaño gigante, la mayoría de las veces ininteligibles y
todas la veces con nicks “extranjeros” (¿Por qué nadie firma “Pepe”?). Paredes
límpias y relucientes, se convierten en una noche, en verdaderos estercoleros
de letras góticas que nunca más podrán ser eliminadas, como si de
tatuajes en la piel de escayola se trataran.
En mi opinión, muchos de los adolescentes de esta generación, no fueron
correctamente educados y ahora estamos pagando el precio. Si se les hubiera
enseñado que “el que ensucia, límpia o paga” y hubieran tenido que trabajar
duro para purgar las faltas cometidas, seguramente se cortarían la mano antes
de coger el Edding-3000. Por otra parte, también pienso que si los padres
atendieran mejor a sus hijos, y si además, les doliera el bolsillo cada vez que
sus hijos estropean algo, seguramente “otro gallo nos cantaría”.
En fin, supongo que nos tendremos que acostumbrar a que las
paredes de nuestras ciudades, como si del Bronx
se tratara, pierdan su color original, en manos de unos “señores” que
no tienen otra cosa mejor que hacer que manchar, sabiendo que el dinero para
limpiarlo lo tendrán que poner otros.
Un abrazo “pintorrojeado”
Esteban
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