No
hay como perder algo para darse cuenta de su valor. Yo había perdido la
movilidad de mi mano derecha, por una inoportuna rotura de muñeca, y ¡no sabéis
como echaba en falta la posibilidad de decirle a mi blog “cuatro frescas”!.
Hoy, el post es “de encargo”. Esto no significa que nadie
me lo haya pedido expresamente sino que lo escribo en cumplimiento de una
promesa que hice hace ya más de tres semanas. Me dije a mi mismo, con un
testigo de excepción (al que no voy a citar pero que cuando lea esto se dará
cuenta de inmediato), que iba a hacer un post hablando sobre un tema y, ahora
que ya puedo, no lo debo demorar más. No es que sea especialmente supersticioso
pero “haberlas, haylas” y las promesas hay que cumplirlas.
Desde mediados del año pasado hasta ahora, he tenido lo
que se llama un “annus horribilis” (o sea, un “año horrible”, no confundir con
un “culo horroroso”). A mi y a mi familia nos han pasado infinidad de cosas, la
mayoría malas, que no os voy a describir pero que me habían llevado a pensar
que la Diosa Fortuna me/nos había dado definitivamente la espalda. La última,
la que me ha impedido escribir mis posts estos últimos días, fue una caída por
unas escaleras cuyas consecuencias perdurarán para siempre en mi cara en forma
de una indeleble cicatriz (además de algún que otro hueso roto).
Días después del accidente, estando un día en mi casa
auto-compadeciéndome y lamentándome de mi mala suerte, hubo una persona que me
dijo una frase que me dío mucho que pensar y cito aquí de manera casi textual: “Esteban, tienes mala suerte si, pero es una muy buena
mala suerte”. Esta frase, que parece un
contrasentido en si misma, es sin embargo de una profundidad que da miedo ¿no
lo creeís así?
Me han pasado muchas cosas, he sufrido lo indecible,
pero “he salido adelante de todas ellas” mientras que otros no pueden decir lo
mismo. ¿Qué es lo que me hace especial? ¿Por qué yo si y otros no? ¿Qué derecho
tengo a quejarme?.
Las cicatrices, tanto físicas como morales, no son
medallas que uno tenga que llevar con orgullo pero, mientras sea capaz de mirarme
en el espejo y contarlas, significará que estoy vivo, significará que he vuelto
a superar otro escollo en mi vida, significará que sigo gozando de mi
proverbial “muy buena mala suerte”.
Ahora creo que estoy mejor preparado para afrontar la
vida que me espera. Seguiré quejándome si, porque soy un ser humano y está en
mi naturaleza, pero cuando más hundido me sienta intentaré recordar estas
palabras y vivir lo más plenamente posible la vida que me ha sido concedida, no
se por quien, y que es un regalo que no se debiera nunca despreciar tan
futilmente.
Un abrazo “esperanzado”,
Esteban
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