Como dice la frasecilla
popular “siempre que pasa igual sucede lo mismo”. Me pongo como una moto y
empiezo a lanzar posts a ritmo de “uno al día” pero las obligaciones
cotidianas, en forma de maldición bíblica, me impiden mantener la productividad
literaria y tengo que volver a la cadencia de “un par de ellos a la semana”
como mucho. Ahora que, como me toque la lotería este año, vais a tener que
contratar más ancho de banda del ADSL porque no pienso dejar de escribir ni
para dormir.
El titular de hoy parte de una
noticia que ha salido en todas las cadenas de TV y en todos los periódicos pero
que creo merece ser comentada: “Me
habéis destrozado mi casa y ahora yo os destrozo la vuestra “.
Al parecer, un vecino de Lazkao de 30 años de edad, que vio su casa destrozada
por la bomba que ETA puso el día 23/2 en la “Casa del Pueblo” de la localidad,
tomó por la calle de en medio, o lo que es lo mismo tomó su maza, y se lió a
porrazos con la Herriko Taberna con un saldo de 1 aparato de televisión, los
cristales y un dispensador de cerveza “heridos de diversa consideración”.
Supongo que todos lo sabéis
pero, para beneficio de los lectores “no españoles” (o debiera decir “no
castellanos”…. ¡que ya me hago un lío después del último post!), una “Herrriko
Taberna” es un local que actúa como sede de los grupos abertzales
(independentistas vascos) de una localidad. Lo mismo ocurre con un “Batzoki”
que sería el lugar de reunión de los militantes del PNV (Partido Nacionalista
Vasco), o con una “Casa del Pueblo” donde se reunirían los simpatizantes del
PSOE-PSE (Partido Socialista). Todos ellos actúan, a la vez, como sedes de los
partidos y como lugares de reunión de sus simpatizantes y, habitualmente,
también son lugares donde se puede beber y comer, lo que supongo ayuda a
financiar las actividades de los partidos.
El
chico (y que me perdone la confianza pero, por su edad y la mía, creo
que le puedo llamar así) actuó sin duda guiado por
la frustración de haberlo perdido todo, cuando había puesto tanta
ilusión para tenerlo. La frustración lleva a la incomprensión, la incomprensión
lleva al odio y el odio lleva a la venganza en una cadena en la que,
desgraciadamente, mi pueblo es un experto. A veces pienso que vivo inmerso en
una especie de “vendetta siciliana”, en la que la protagonista en vez de llamarse
Guiseppina se llamara Iratxe y las escopetas de cañones recortados son
sustituidas por cartuchos de “goma-2″. Por cierto, si conocéis un poco de la
situación de País Vasco, os podéis imaginar que los primeros carteles
acusándole de “fascista” ya han aparecido pegados en las calles del pueblo.
Ya sabéis que he clamado muchas
veces en estas mismas páginas en contra del “ojo por ojo”. Conocéis, también
por lo que he escrito, que “la violencia” y yo no
somos muy compatibles. He escuchado los argumentos de quienes alaban la
valentía de este chico diciendo aquello de que “si todos hiciéramos lo mismo y
nos enfrentáramos a ellos se acabaría esta situación”. Creedme cuando os digo
que, mi condición humana, me empuja a simpatizar con esta postura como
simpatizo con el protagonista de la historia de hoy. Sin embargo, si todos
hiciéramos lo mismo, nuestras ciudades y pueblos se convertirían en una especie
de remedo del “Far West”, tendríamos que poner
carteles debajo de los indicadores con la leyenda “No Law City” y vestir
prendas holgadas que permitieran que nuestros cinturones-canana cupieran
adecuadamente. Nuestra valentía quedaría a salvo pero nuestra dignidad acabaría
irremediablemente en un muladar.
Yo, sin renegar para nada de
las medidas coercitivas que nuestras leyes democráticas permiten, sigo siendo
de los ingenuos (cada vez quedamos menos) que piensa que la palabra debe ser el arma y que la fuerza de la razón
debe primar sobre la razón de la fuerza.
Sigo simpatizando con este
chico de 30 años de Lazkao pero, sinceramente, creo que éste no es el camino.
Un abrazo “preocupado”,
Esteban
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